Soy una mujer que nació en los 1900s -como me dicen mis hijos- y tal vez por ello en ocasiones siento que estoy viviendo en el futuro. Un futuro donde hablamos a través de pantallas, en que trabajamos desde distintos lugares del planeta y con personas que nunca se han encontrado físicamente. Sólo nos faltan los autos voladores, aunque ya existen los primeros prototipos de los autos teledirigidos.
Sin duda la pandemia aceleró este paso al futuro en la dimensión tecnológica y la virtualidad del trabajo. Y ante eso, enfrentamos desafíos de adaptación, otra dimensión de la transformación organizacional que, como toda transformación, tiene luces y sombras para cada uno de los afectados.
Las empresas han reducido sus oficinas físicas y aumentado su capacidad de conectividad virtual. Los cuerpos físicos de los colaboradores también desaparecen con la virtualidad. Los cuerpos virtuales no duermen, no comen, no descansan. Eso lleva a que se desdibujen los horarios laborales y sus límites.
“Los cuerpos físicos de los colaboradores también desaparecen con la virtualidad”.Los cuerpos virtuales no se desplazan, son instantáneos, por lo tanto, perdemos también la pausa entre una reunión y otra. Esa pausa que permite que nuestro sistema atencional cambie de foco, esa pausa en la que volvemos al cuerpo para ir por un café y las conversaciones que ahí surgen.
¿Por dónde partimos? Por donde comienzan todos los acuerdos que se sostienen en el tiempo, preguntando qué necesitamos y co-diseñando la solución. Nuestra dimensión humana, la creatividad y la empatía siguen caracterizándonos. No olvidemos que los grandes desafíos que tenemos no son tecnológicos, son de voluntad.